El IVA es el mejor invento de la ingeniería parasitaria. Maurice Lauré, su padre francés en 1954, creó un monstruo que ni Frankenstein: un impuesto invisible, automático, disfrazado de normalidad. Nos lo vendieron como justicia fiscal, como progreso, como “eficiencia”. En realidad, fue la coronación del saqueo: el Estado se sienta en tu mesa, brinda contigo y se bebe el vino sin haber traído ni una aceituna.Porque ojo, el IVA no llega solo: es la guinda del pastel en una repostería recaudatoria que da náuseas. Primero te meten el IRPF por trabajar, luego las cotizaciones sociales por existir como asalariado, el IBI por tener un techo, el Impuesto de Sucesiones por heredar lo que tus padres ya pagaron, el de Donaciones por regalar lo tuyo, el de Circulación por mover tu coche, el de Matriculación por comprarlo, los Impuestos Especiales en carburantes, alcohol y tabaco, las tasas judiciales por reclamar justicia, las universitarias por estudiar, la ITV por circular, las municipales por respirar el aire de tu ciudad. Y cuando por fin crees que algo es tuyo… ¡zas! llega el IVA y te recuerda que nada es completamente tuyo. Es como pagar entrada para ver una película y descubrir que también debes alquilar la butaca, el aire acondicionado y hasta el derecho a reírte.La ironía es grotesca: nos exprimen con decenas de tributos visibles, y aún así el IVA se lleva la palma porque es el más perverso: no se discute, no se vota, no se cuestiona. Está en todas partes y en ninguna, escondido en cada ticket que tiras sin mirar. El Estado encontró la fórmula de alquilarte la vida: pagas por nacer, por trabajar, por heredar, por consumir, y hasta por morirte (sí, también hay impuestos en las lápidas). La sátira es que el ciudadano cree vivir en libertad mientras financia su propia servidumbre con sonrisa de rebaño disciplinado.Y todavía hay quien dice que el IVA es “necesario”. Claro que lo es: necesario para mantener una burocracia que devora recursos, funcionarios que ralentizan trámites, políticos que convierten el presupuesto en botín. Pagamos como romanos esclavos en el circo, mientras aplaudimos al César moderno que nos promete que “sin impuestos no hay Estado de bienestar”. Pero el bienestar nunca llega, y el Estado siempre cobra.Gracias, señor Lauré, por su invención: el parásito perfecto, el robo elegante, la mordida legalizada. Su IVA no es un impuesto: es el recordatorio de que trabajamos para otros, de que nuestras vidas son propiedad arrendada. Una idea maravillosa, sí, pero solo para quien cobra. Para el resto, la confirmación de que la mayor estafa no se hace en la sombra: se imprime en cada ticket, con un 21% en letras pequeñas.Óscar de los Reyes-Marín.q Beloud